Adiós, Europa

Andrés Mourenza (Atenas)

Omar se lleva una mano a la cabeza. No se lo cree. “Mañana regreso a Sudán”. Su patria natal. No se lo puede creer. Salió de allí escapando de la miseria y de la dictadura y ahora debe regresar.

En Sudán, Omar trabajaba de profesor, pero ganaba tan poco que decidió pasarse al comercio: no tuvo suerte y perdió el poco dinero que poseía. “Dejé mi país natal cuando ya no tenía más posibilidades de vivir y vine a Europa porque, desde que era un niño, escuchaba que aquí se respetaban los derechos humanos”, se lee en un diario personal que Omar enseña al periodista y en el que recoge, en un modesto inglés, sus desventuras en Grecia.

“Desde el primer mes en Grecia traté de tener una existencia legal a través de las organizaciones (de ayuda a los refugiados) pero no lo logré, así que me convertí en un sin hogar. Vivo en un edificio abandonado y trabajo recogiendo metal con un carrito”, explica en su diario. Hasta su marcha, Omar habitaba entre las ruinas de lo que fue la planta de producción de la Columbia Records en Atenas, otro símbolo de la crisis económica del país. Entre deshechos y basuras, unos treinta inmigrantes viven como pueden en una existencia llena de temor por las continuas redadas de la policía griega, que según denuncian instituciones como Amnistía Internacional, no es precisamente un dechado de buenos modales. “Por la noche cada vez que oímos un ruido extraño, o una sirena de policía, nos despertamos porque tenemos mucho miedo”, relata. Omar, de 36 años, es una persona educada pero retraída y reflexiva. Piensa sus palabras, las mide, normalmente prefiere resguardarse en su soledad y su desesperanza en algún rincón de la fábrica o empujar su carrito. Es lo único que lo ata a la existencia: “El empujar el carrito me da cierta seguridad, al menos cuando llevas el carrito la gente muestra cierto respeto”. Con la chatarra conseguía unos 5 euros al día: 7 si la jornada era buena. Al menos lograba alimentarse. Pero no era ésta, ni mucho menos, la vida que soñaba encontrar en Europa.

Un suceso le terminó de convencer de que esta no era la Europa de la que le hablaban de pequeño. No se atreve a contarlo, así que enseña las notas sobre su diario: “La policía me detuvo junto a algunos de mis amigos. Nos sacaron (del edificio) y nos hicieron tumbarnos en el suelo. Empezaron a patearnos y nos dijeron palabras muy malas. Me pusieron una bota sobre la cabeza. Cuando se fueron, deseé que me hubiesen matado antes que hacerme perder lo que me queda de dignidad. Por eso decidí regresar a mi país”.

El caso de Omar no es único. Además de las deportaciones periódicas de inmigrantes sin papeles (unas 17.000 al año), en los tres primeros meses de 2012, cerca de 2.500 inmigrantes en Grecia se han acogido a las repatriaciones voluntarias. (Las peticiones, en junio, llegaban ya a 6.000).

La posdata de esta historia llega desde Jartum. En Sudán las cosas tampoco van bien, escribe Omar en un email. Trata de ahorrar dinero para volver a emigrar. A Turquía, Egipto, los países del Golfo Pérsico, pero no a Europa. Algunos de los pobres, los desarrapados que habían llegado a la Europa Feliz en busca de la prosperidad, ahora se vuelven, incluso aquellos de los países más insultantemente míseros. Es el fin de una época. Y ellos, han sido los primeros en darse cuenta.

Versión ampliada de un artículo aparecido en El Periódico de Catalunya

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