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 Diario de la crisis griega I: El expulsado

Estambul, 6 de mayo de 2010

Ergün se parece a Manuel Manquiña y fuma con boquilla. Si no fuese por esa nariz, abultada como las del Mar Negro, podría haber actuado en Airbag. Además es taxista.Pero esa nariz no es del Mar Negro.

En realidad, Ergün viene de Grecia. Sus abuelos, como tantos otros turcos, fueron expulsados de Iskeçe (hoy Xanthi), en la Tracia griega, durante las Guerras Balcánicas y la Primera Guerra Mundial. Estos turcos deportados, que llegaron a un Estambul en ebullición, fueron quienes dirigieron el Imperio Otomano en decadencia y vigilaron los primeros pasos de la República.

No es justificable, pero sabiendo ésto se entienden mejor aberraciones como las deportaciones y matanzas de armenios de 1915 y el intercambio de población entre Grecia y Turquía de 1923. Las órdenes fueron dadas por generales y políticos que habían sido testigos -o incluso la sufrieron en carne propia- de la deportación de cientos de miles de musulmanes de los Balcanes sin que nadie abriese la boca para detenerla.

Los abuelos de Ergün se instalaron en Fener, el antiguo barrio griego. Es una práctica habitual de los refugiados. Pasó en Chipre: los griegos expulsados de Famagusta por el ejército turco, se instalaron en los antiguos hogares de los turcochipriotas de Pafos; ocurrió también en el Cáucaso: los armenios expulsados de Bakú (Azerbaiyán) encontraron refugio en Shusha, cuando otros armenios limpiaron el Nagorno-Karabaj de azerbaiyanos en una sangrienta guerra; y lo mismo hicieron los abuelos de Ergün al encontrar vacíos los hogares de los griegos que escapaban del avance de las tropas de Atatürk.

Hablamos largo y tendido, me ofrece un cigarrillo. Los turcos son buena gente, dice. No tiene la misma opinión de los griegos. Tampoco le voy a culpar por ello, son generaciones y generaciones de historias las que le habrán contado del pérfido vecino. Exactamente las mismas que se oirán en la otra parte. Tamizadas, ambas, por el nacionalismo que destilan los libros de la escuela.

Llegamos a la estación de autobuses. Un monstruoso complejo de varios niveles y apariencia de un juguete de Lego desgastado. El sol hace brillar los cientos de carteles de colores que anuncian destinos y empresas de autobuses.

Apenas he tenido tiempo de descansar de un viaje agotador de tres semanas por el Cáucaso, y El Periódico me envía nuevamente a cubrir las revueltas griegas. Estoy cansado y tengo la mente embotada (ayer los gitanos de Estambul celebraban la llegada de la primavera, Hidrellez, con grandes festejos). Voy a Edirne. Desde allí, de algún modo, intentaré llegar a Atenas, efervescente como la Estambul de principios de siglo. Llevo una botella grande de agua y dos chocolatinas. Sopla un viento de primavera. Me encanta este trabajo.

Diario de la crisis griega II: La frontera

Edirne, 6 de mayo de 2010

“Tracia Occidenta: 4 kilómetros”, indica un cartel. Es un eufemismo.

Nos encontramos en la Tracia Oriental, en territorio de Turquía; por tanto, el cartel señala a Grecia, pero, debido a alguna paranoia nacionalista, la autoridad competente ha decidido cambiar el todo por la parte y aludir al país vecino con el nombre de la primera región que se encuentra al cruzar la frontera. Como si todavía fuera parte del Imperio.

Antes de dejar Turquía, otro cartel avisa: “Turquía. Una sola lengua. Una sola bandera. Una sola patria. Una sola nación. Un solo Estado”. Tal sucesión de unos nacionalistas me exaspera.

Afortunadamente, el taxista que me conduce desde la estación de autobuses de Edirne al paso fronterizo, Hakki, es un hombre tranquilo. Viven en una casa de dos plantas junto al río Evros (Meriç, en turco; Maritsa, en búlgaro) que separa Turquía de Grecia. Cuando pasamos por delante, muestra el huerto que la rodea y un bosquecillo de plátanos centenarios. Los alrededores de la capital más occidental -geográficamente- de Turquía están surcados de riachuelos protegidos por choperas, praderas y campos de cereal y se prestan a las barbacoas y a los picnic, a un vaso de raki junto a los amigos. Son gente simpática y tranquila, éstos de Edirne.

Al contrario que Ergün, Hakki cruza la frontera a menudo, comercia con los griegos y se entiende bien con ellos. “¡Grecia está revuelta! ¿Has visto cómo se rebelan? Hacen bien. Si los políticos se tragan el dinero de todos, hay que levantarse. Aquí nos están haciendo lo mismo y nadie responde”.

Un arco cuadrangular de color rojo, guardad por un soldado, es la puerta de salida de Turquía. Enfrente me espera una puerta igual, también guardada por militares, pero pintada de color azul. Cruzo caminando la distancia que separa ambos países. He llegado a Grecia.

Diario de la crisis griega III: En taxi, endaxi?

Kastanies, 6 de mayo de 2010

El pueblo de Kastanies está desierto. El policía de la aduana griega, desganado, me ha dicho que siga adelante si quiero encontrar un taxi. Arrastro la maleta bajo el sol de la Tracia, pero no hay signos de vida en esta parte de la frontera.

Continúo caminando y encuentro un supermercado abierto pero completamente vacío. Después de acechar yo un rato en la puerta del supermercado, una señora que parecía escondida tras de una mata de buganvillas, aparece en la lejanía y viene hacia mí gritando: Parakaló?

“Pa la caló, lo mejor la sombra”, pienso yo, y permanezco bajo el toldo del supermercado, esperando a la dueña. Le explico que necesito un taxi para ir a Atenas. “No sé”. Insisto y la buena mujer se queda pensativa… [Estas son las cosas que me joden de la Unión Europea: en Turquía, en el Cáucaso, en Oriente Medio, si no hay taxi alguien se lo inventa. Sabes que jamás te van a dejar tirado] …cuando termina de pensar, la mujer repara en una pegatina de la cristalera de una tienda vecina. Es un número de taxi. Llama por mí, me dice que espere y desaparece. Kastanies tiene el aspecto de un pueblo andaluz a la hora de la siesta.

* * *

Costas Teofanidis se lleva las manos a la cabeza cuando le digo que quiero llegar hasta Atenas en taxi. “Deka kilometro, deka evro”. Vaya. Hasta la capital son mil euros y yo no llevo suelto.

Nos montamos en el vehículo. “¿De dónde eres?”. “Coruña”. “¿La Coruña? ¿Deportivo La Coruña?”. Los anti-futboleros dirán lo que quieran, pero La Liga española ayuda a romper el hielo y, en varias ocasiones, San Messi me ha sacado de más de un apuro en los controles policiales y militares.

El taxista, que es de Orestiada, una moderna ciudad situada sobre un asentamiento creado según la leyenda homérica por el héroe mitológico Orestes, me explica la situación en griego gesticulante. De su discurso entiendo aeroplanós, Alexandrópolis y una palma de la mano despegando de la otra. “Pero, ¿las huelgas?”. Ayer los aviones no despegaron a causa de las protestas contra el draconiano plan de austeridad del gobierno Papandreu. Hoy, presumiblemente, continuaban. De otro modo no me hubiera lanzado a esta aventura por tierra.

“Alexandrópolis, aeroplanós”, insiste él y escribe en un papel: “Atenas, 1.000 euros. Thesaloniki, 500 euros. Alexandroupoli: 140-150 euros”. Pues nada, ¡qué se le va a hacer! Vamos para Alexandrópolis.

El hombre se ríe y me da palmadas. Es un cachondo. “¡Deportivo La Coruña! Ja, ja, ja, ja”. Yo creo que quiere decir: No estás tú tonto ni nada si pretendes ir hasta Atenas en taxi.

Endaxi? -pregunta.

Endaxi

Diario de la crisis griega IV: Café frappé

Aeródromo Demócritos, 6 de mayo de 2010

Campos sembrados de trigo aún verde. Modestos encinares sobre la loma de las colinas. Pequeñas granjas.

La carretera es buena, hay pocos automóviles y menos camiones (en las fábricas que pasan por mi ventanilla tampoco se percibe mucho movimiento). El Skoda de Costas Teofanidis deja atrás los kilómetros zumbando. Intentamos comunicarnos por gestos, con cuatro palabras en inglés, otras cuatro en griego y Deportivo La Coruña.

Busca una emisora para mí y encuentra una con canciones dance en inglés, pero después de tres semanas en el Cáucaso escuchando pop ruso hasta la saciedad estoy hasta los cojones de música elecrónica, así que le pido que sintonice música griega. Suenan los instrumentos tradicionales. “Grecia… -comienza Costas Teofanidis haciendo pitos con las manos-, buzuki, fiesta y la economía al carajo”.

Llegamos al aeródromo Demócritos, a las afueras de Alexandrópolis, sobre las 17.00, tras un par de horas de viaje. En el mostrador de Aegean Airlines me explican que, al menos en su compañía, hoy no hay huelga. Podré volar. Lo primero que hago para celebrarlo es pedirme un café frappé, la bebida nacional de Grecia. Lo toman los estudiantes, los llevan los taxistas en el reposavasos y, los manifestantes, lo sujetan con una mano mientras con la otra lanzan piedras a la policía.

Entre los pasajeros que esperan a embarcarse hay una anciana cubierta de negro de la cabeza a los pies, aunque su nívea cara queda al descubierto. Es un vestido cortado a la antigua usanza que sólo había visto en los retratos de Zübeyde Hanim, la madre de Atatürk. En medio de los jóvenes griegos, con camisetas coloridas que imitan la moda italiana, la mirada de años de la anciana parece un rescoldo a punto de apagarse. Es turca.

Una vaharada de olor marino golpea mi cara al salir a la pista de aterrizaje. Llegaré a Atenas.

Diario de la crisis griega V: Problem my friend

Atenas, 6 de mayo de 2010

Christo llama por teléfono para conocer la situación del tráfico en el centro. Cuelga con un gesto de desesperación. “Problem, my friend, problem”. Las protestas bloquean el centro de la ciudad. No es posible pasar de Mégaron Musikis “Atenas se va a la mierda, Grecia se va a la mierda… ¡y encima esto!”. A los taxistas les afecta doblemente el paquete de medidas del gobierno. Por un lado liberalizan el sector y, por el otro, las protestas contra el paquete impiden su trabajo.

Cojo el metro. En la estación de Sintagma, donde hago cambio a la línea roja que va a Omonia, los gases lacrimógenos lanzados por la policía llegan hasta los andenes.

Diario de la crisis griega VI: Grecia recupera la calma tras la revuelta contra el plan de ajuste

Atenas, 8 de mayo de 2010

Grecia intentaba ayer sobrellevar la resaca de una semana de protestas que ha dejado tres muertos, decenas de detenidos y numerosos daños materiales, contra las draconianas medidas aprobadas por el Gobierno de Yorgos Papandreu para evitar la bancarrota del país. Los negocios del centro de Atenas abrieron; el transporte público funcionaba; los ciudadanos acudieron a sus trabajos e incluso las prostitutas de los alrededores de la plaza Omonia se lanzaron desde por la mañana a la caza de clientes para compensar las pérdidas de días anteriores.

Sin embargo, era una calma tensa. El plan de ajuste, con recortes de salarios y pensiones y subidas de impuestos, obligará a los griegos a apretarse aún más el cinturón y podría asfixiar la ya de por sí tocada economía helena. Aris y un grupo de compatriotas albaneses observaban con preocupación los titulares de los periódicos colgados de un quiosco. Llegó a Grecia hace 12 años, cuando el elevado consumo griego proveía de empleo a los inmigrantes: «Estoy pensando en volver a Albania. Aunque paguen menos, hay trabajo».

Los bancos abrieron media jornada en protesta por la muerte de tres empleados en un incendio en los disturbios del miércoles. El número 23 de la calle de Stadiou era ayer una esquina triste. Cientos de personas pasaron ante la sede del Marfin Egnatia Bank para ofrecer sus condolencias, flores y mensajes de apoyo, denuncia o remordimiento.

Dimitris Karagianis, del Partido Comunista, alberga dudas sobre lo sucedido el primer día de la huelga general: «Tenemos pruebas de que algunos actos violentos han sido cometidos por provocadores de los servicios secretos», y asegura que su partido luchará contra las medidas de austeridad, impuestas a cambio de un rescate de 110.000 millones de euros ofrecido por la UE y el FMI. «Es un préstamo que va a terminar pagando el pueblo y disfrutarán los grandes empresarios», denuncia.

«La gente está dispuesta a aceptar las medidas de ajuste del Gobierno si es a cambio de justicia. Pero parece muy difícil que los que causaron la crisis que ahora vivimos terminen en la cárcel», afirma el periodista Pantelis Gonos.

*    *    *

El interés de la deuda pública helena sube hasta el 12,4 %

A. M. (ATENAS)

Los bonos griegos traen de cabeza a los mercados a medida que se acerca el próximo vencimiento de deuda pública. El 19 de mayo, Grecia deberá pagar 9.000 millones de euros de los que no dispone. Ayer, el interés de los títulos a 10 años se disparó hasta el 12,4%. Giorgios Glynos, exmiembro de la Comisión Europea, cree que la ayuda europea llegará a tiempo para cubrir el pago: «Los problemas los veremos en los siguientes vencimientos a lo largo de los próximos dos años».

Este economista considera que las medidas de austeridad impuestas por el Gobierno serán efectivas solo si la sociedad griega lo tolera y la situación internacional no se deteriora: «Si otros países de la eurozona, como España o Portugal, no toman medidas, se producirá un efecto dominó».

La confianza está minada incluso en el propio mercado interno. Stavros, un trabajador de banca en una zona bienestante de Atenas, explica que en los últimos dos meses los clientes han retirado de su oficina ocho millones de euros: «Hablo de hasta 100.000 o 200.000 euros de golpe». «En los últimos días hemos trabajado mucho enviando dinero de nuestros clientes fuera del país: a Chipre, Reino Unido, Suiza o a paraísos fiscales», añade.

Diario de Grecia VII: El termómetro

Atenas, 9 de mayo

Las prostitutas y los drogadictos del centro de Atenas son el termómetro de las revueltas. Si las inmigrantes africanas han salido a la caza de clientes en los alrededores de la Plaza Omonia y los politoxicómanos se pinchan con tranquilidad en Exarhia… es que hoy no hay protestas convocadas.

Diario de la crisis griega VIII: Dora y las velas

Atenas, 9 de mayo

Doscientas personas se han reunido en la Plaza Sintagma. En sus manos la llama de las velas lucha contra el airecillo de la tarde por no apagarse y brillar más que la luz de Atenas. Protestan contra la violencia de las protestas que, el miércoles, acabó con la vida de tres trabajadores de la banca Marfin Egnatia. Unos jóvenes de entre los manifestantes lanzaron un cóctel molotov a la sede bancaria de la calle Stadiu 23 y, atrapados, resultaron asfixiados por el humo.

Se ha discutido largo y tendido sobre los culpables de las muertes mientras la policía aún los busca. Hay quienes denuncian la tolerancia a la violencia que se ha extendido en la sociedad griega durante las protestas de los últimos años. “Los culpables son 20 ó 30 anarquistas descerebrados, el resto de los manifestantes son como tú o como yo”, opina el taxista Elías. Otros señalan a la policía, por no haber detenido a los sospechosos habituales “que todos saben quién son”. Incluso se apunta a los servicios secretos. También están quienes culpan a los manifestantes, por no haber socorrido a los trabajadores atrapados y quienes echan la culpa al banco, por presionar a sus trabajadores para que no se uniesen a la huelga. La cuestión es que tres jóvenes trabajadores, uno de ellos una mujer embarazada de cuatro meses, perdieron la vida.

Dora Bakoyannis, ex ministra de Asuntos Exteriores, descansa en la Plaza Sintagma junto a unas muletas. Extrae un cigarrillo de su pequeño bolso e, inmediatamente, una mujer teñida de rubio de la concentración se acerca a ofrecerle fuego. Los medios de comunicación griegos se preguntan qué planea Bakoyannis. Acaba de ser expulsada del partido conservador, Nueva Democracia, por votar a favor del plan de ajuste propuesto por el gobierno socialista. Ahora se rumorea que fundará su nueva formación, algo entre medio de los dos grandes monstruos políticos que han dominado la política griega desde la vuelta a la democracia en 1974, Nueva Democracia y el PASOK. Bakoyannis pertenece a la familia Mitsotakis, uno de los grandes clanes políticos que han dominado desde hace años la política griega, junto a los Papandreu (PASOK) y Caramanlis (ND) Los manifestantes emprenden la marcha hacia la calle Stadiu y Dora, con sus muletas, continúa su carrera política.

Dejan atrás otra manifestación, unos metros más arriba, frente al parlamento. Éstos, convocados por la asociación ATTAC, protestan contra la corrupción.

Los ramos de flores, las cartas, las velas del altar improvisado en la sede calcinada del Marfin Egnatia han crecido tanto en los últimos días que casi ocupan toda la acera. “Ha llegado la hora de que dejemos de tener miedo -afirma enfadado Yannis, un pensionista conservador-. No podemos quedarnos en casa, hay que hacer algo frente al terrorismo y la violencia”. Grecia es un hervidero político.

Diario de la crisis griega IX: Grecia se prepara para el drama

Atenas, 10 de mayo

Estos días, en Grecia, cada ciudadano es un economista en potencia. Tanto oír hablar de la crisis, la gente ya maneja los términos económicos como si hablase del tiempo. Y cada cual tiene su teoría. «El problema de nuestro país es la excesiva dependencia del turismo. Hemos acabado con la agricultura y no tenemos industria», opina Thanassis, recepcionista de un hotel.

El ágora de Atenas, la capital, ya no está a los pies de la Acrópolis como antaño, sino en las animadas terrazas de los cafés, donde se conversa sobre la situación del país bebiendo frappé, tras las revueltas de los últimos días. Las culpas se reparten: de los políticos a los bancos.

Pero, ¿cómo ha llegado Grecia hasta el borde de la bancarrota? Una de las causas es la política de déficits de un sistema político de cambio de votos por favores. Así, el Ejecutivo de Costas Caramanlis (2004-2009), a pesar de haber prometido a la Unión Europea (UE) reducir el peso del funcionariado, contrató a 55.000. Actualmente, uno de cada cuatro empleados trabaja en el sector público.

Otro de los graves problemas de la economía griega es su escasa competitividad y la falta de variedad productiva. Los bajos intereses en los préstamos han llevado, además, a un endeudamiento general de la sociedad griega. El Gobierno ha tratado de financiar su déficit con bonos, una deuda, degrada por las agencias de rating, que ahora es incapaz de pagar. «En anteriores ocasiones –afirma Giorgos Glynos, del think tank ELIAMEP–, la crisis se hubiese solucionando devaluando la moneda, pero con el euro es imposible».

La única solución que ha encontrado el Gobierno del socialista Giorgos Papandreu ha sido la imposición de draconianas medidas que permitirán ahorrar 30.000 millones de euros a cambio de un préstamo de la UE y el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, en su mayoría tendrá que devolver con un interés de hasta el 5%. Hoy Papandreu detallará la reforma de las pensiones, uno de los puntos polémicos, que ya ha provocado protestas que la semana pasada se saldaron con tres muertes.

Las medidas de ajuste contraerán la economía y supondrán «miles de dramas individuales», opina un economista. Un profesor de escuela con 30 años de antigüedad, que hasta ahora cobraba 2.100 euros al mes, perderá 300 en cada mensualidad. Los jóvenes griegos de la llamada generación de los 700 euros, el salario que cobran, pasará a ser la de los 540. «Tendremos que acostumbrarnos, no hay otra salida –cuenta Stéfanos resignado–. «Si quiero labrarme un futuro debo irme de aquí, es la única solución». Stéfanos estudia Arquitectura en el Politécnico de Atenas, una de las sedes universitarias que ha centrado las revueltas.

Por su parte, Ilyas, que descansa sobre su taxi en la céntrica plaza de Sintagma sabe que a él le afectan doblemente las medidas del Gobierno: por un lado se liberalizará su sector; por el otro, las manifestaciones en el centro impiden su trabajo: “Claro que apoyo las protestas. La gente tiene razón, hay que protestar contra esos 300 malakas (gilipollas) del Parlamento”.

Diario de la crisis griega X: Papandreu pide el apoyo de la oposición

Atenas, 11 de mayo

Grecia debe dejar atrás la falta de transparencia y de credibilidad. Con este mensaje se presentó ayer el primer ministro, Yorgos Papandreu, para recabar el apoyo de la oposición a las medidas de austeridad impuestas por su gobierno para sobreponerse a la grave crisis económica que atraviesa el país. «Para poder cambiar Grecia, antes había que salvarla», añadió en referencia a la posibilidad de que el país se declare en bancarrota.

Esta reunión extraordinaria fue moderada por el presidente, Carolos Papulias, quien exigió «tolerancia cero» hacia la corrupción que ha provocado un grave déficit. Las formaciones de izquierda, el Partido Comunista y SYRIZA, boicotearon el encuentro alegando que el paquete de medidas de ahorro propuesto por el Gobierno afecta especialmente a los trabajadores.

«Los miembros del anterior gobierno (Nueva Democracia, conservadores) reconocen haber hecho las cosas mal, pero ninguno ha sido castigado por ello. Lo mismo ocurre con el actual Gobierno, que estaba en el poder antes del 2004», dice Costas, un informático de 28 años. «La situación es tan mala actualmente que no creo que podamos pedir que se echen atrás las medidas de austeridad. Pero debemos exigir que los culpables de la crisis terminen en la cárcel», reivindica este joven.

Según diversas encuestas publicadas durante el fin de semana, los griegos están divididos respecto al plan del Gobierno, necesario para que la Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) concedan a Atenas préstamos por valor de 110.000 millones de euros. Según el diario To Vima, el 55% de la población considera necesario aplicar las recetas de choque, mientras que el 45% se declara contrario a ellas, ya que supondrán reducciones de salario, despidos y aumentos de los impuestos.

Gran parte de los griegos defiende también que continúen las protestas. «Protestar es saludable. Es la única manera de que la voz de la gente llegue a lo alto», afirma Justine, una estudiante de la Universidad Ateniense de Economía y Negocios.

A pesar de que el anuncio de que las ayudas de la UE y el FMI llegarán a tiempo para saldar el vencimiento de deuda el próximo 19 de mayo ha producido cierto alivio en el Gobierno, quienes no prometen dar un respiro a Papandreu son los sindicatos.

Las farmacias se sumaron ayer a las movilizaciones con una huelga de 48 horas para protestar contra la reducción del precio de las medicinas y la liberalización del sector.

El próximo caballo de batalla son las pensiones que, según el plan del Ministerio de Trabajo presentado ayer, se verán reducidas hasta un 26%. Además, a partir del 2015 nadie podrá retirarse antes de los 60 años y se penalizarán las prejubilaciones. «El gasto público debería aumentar el 20% en los próximos años para mantener el sistema de pensiones. Es completamente insostenible, por tanto era solo cuestión de tiempo que estallase», explica el profesor de Economía Apostolis Filippopulos.

«Los últimos 5 años del Gobierno han sido un completo desastre. No hemos recibido inversión extranjera directa desde las Olimpiadas del 2004 –opina el economista Elyas Tzavalis–. Sin embargo, creo que si la UE nos ayuda, con unos años de reformas estructurales, volveremos a recuperarnos».

Para ello, según Apostolis Filippopulos, es necesario que el Gobierno consiga que impere la paz social. Pero esa parece una posibilidad muy remota porque los sindicatos discuten precisamente en las últimas horas la convocatoria de nuevas huelgas y protestas para esta misma semana.

Diario de la crisis griega XI: El puerto al rojo vivo

Pireo, 12 de mayo de 2010

El puerto del Pireo, cerca de Atenas, concentra las dos principales industrias de Grecia, la turística y la naviera. De aquí parten los transbordadores a las islas griegas y aquí atracan los cruceros. Con unos 20 millones de pasajeros al año es el tercer mayor puerto de Europa. Los buques cargan anualmente 1,4 millones de contenedores, lo que lo convierte en el puerto comercial más grande del Mediterráneo oriental.

Pero algo ocurre en el Pireo. Casi en cada farola, carteles rojiblancos llaman a la lucha. En esta población, el Partido Comunista tiene gran predicamento entre marinos y trabajadores portuarios y no están precisamente contentos con las reformas que el gobierno socialista de Yorgos Papandreu ha impuesto para salir de la crisis.

A finales del mes pasado, el Pireo saltó a los titulares cuando los piquetes huelguistas impidieron a 930 turistas, en su mayoría españoles, montar al crucero Zenith, de bandera maltesa y propiedad de Royal Caribbean International (RCI). No ha sido la primera protesta ni será la última.

En el centro de la polémica está el derecho al cabotaje, que impide a los barco de bandera de fuera de la UE realizar rutas dentro de Grecia y obliga a que un porcentaje de la tripulación sea griega o de países comunitarios. El gobierno ha anunciado que a finales de mayo se liberalizará el sector náutico lo que podría reportar 1.000 millones de euros anuales a Grecia, según los cálculos de los turoperadores.

RCI se mostró enfadada con el gobierno por no haber actuado contra los huelguistas y ha amenazado con retirar sus cruceros de Grecia. La asociación empresarial SETE explicó que la retirada del Zenith costaría 10 millones de euros anuales y 400 empleos: “Estas protestas son inaceptables y dañan la reputación del país”. Más del 15 % del PIB griego depende del turismo y las imágenes de las protestas están provocando cancelaciones de viajes a Grecia.

“Nosotros no queremos molestar a los turistas”, afirma un militante comunista que pide comprensión sobre la situación de los marineros. Las sucesivas liberalizaciones del sector han provocado que el número de empleados griegos en el sector náutico haya pasado de 120.000 a 20.000 en los últimos treinta años. “No es que antes las condiciones fuesen buenas, pero ahora van empeorar mucho”, afirma el marinero Yorgos.

Stamatis Evangelakis, secretario de la Unión de Ingenieros de la Marina Mercante (PEMEN), con unos 6.000 afiliados, pone el ejemplo de los cruceros para criticar la eliminación del cabotaje: “El Zenith era una pequeña Babel de nacionalidades y, por tanto, de contratos”. De entre sus más de 600 tripulantes sólo uno era griego y la mayoría procedían de países de fuera de la UE. “La liberalización provocará que los marinos griegos se queden en paro y empeorará las condiciones laborales en todo el sector al contratarse tripulantes de países sin seguridad social ni derecho al convenio colectivo. Los cruceros se están convirtiendo en modernas galeras para los trabajadores”, critica.

“Actualmente se trabajan más de 90 horas semanales a pesar de que los acuerdos internacionales dicen que el máximo son 72. El resultado es que las condiciones de seguridad de los trabajadores no son buenas y esto repercute en la seguridad de los pasajeros”, denuncia. “Hemos tenido varios accidentes de navegación y siempre se culpa a un error humano de la tripulación, cuando detrás de ello están las malas condiciones laborales”, añade Despina, hija de marinero.

La prensa griega y el gobierno han acusado a los sindicatos comunistas de ahuyentar a los visitantes en un momento en que los dividendos del turismo son tan necesarios para la economía griega. “Eso no es verdad. De hecho, los turistas de cruceros apenas dejan dinero en Grecia, ya que tienen todos los gastos incluidos a bordo. Además, un par de grandes compañías monopolizan el sector, por lo que las pequeñas empresas de turismo se ven obligadas a cerrar”, considera el secretario de PEMEN: “Todo ello, para que los propietarios de los barcos multipliquen sus beneficios”. De hecho, RCI, que controla un cuarto de los cruceros del mundo, ha condicionado sus inversiones en Grecia a que se levante el derecho a cabotaje.

“Las mentiras del gobierno están destinadas a enfrentar a los trabajadores griegos con los pasajeros españoles”, prosigue Evangelakis y avisa de que las movilizaciones continuarán. “Lo que hoy es más necesario que nunca es convertir en realidad el mensaje: proletarios de todo el mundo, uníos”.

Diario de la crisis griega XII: Nada altera el modo de vida mediterráneo

Atenas, 18 de mayo

Muchos turistas quedan decepcionados al visitar Atenas. La capital de Grecia es una urbe descomunal para el tamaño del país –la zona metropolitana alberga a 4 de los 11 millones de griegos–, sucia y caótica en muchos aspectos.

El Ministerio de Turismo promociona Grecia con el lema 5.000 años de Historia, aunque en el caso de Atenas bien se podría replicar: «¡Y 2.000 de vacaciones!». Entre los monumentales restos arqueológicos de la Grecia clásica y romana y los edificios neoclásicos construidos al ser proclamada Atenas capital de la Grecia independiente en 1834, apenas quedan un par de mojones de la historia. Las pequeñas iglesias bizantinas conservadas parecen más bien obstáculos que han quedado atrapados en medio de modernas avenidas peatonales o incluso bajo los soportales de un edificio de viviendas, como árboles centenarios a los que se les ha perdonado la vida. No es de extrañar, pues durante la edad media y el periodo otomano los centros de la cultura helena se trasladaron a Salónica y sobre todo a Constantinopla, hoy Estambul.

El mar, capaz de amainar la psique en las ciudades más ruidosas, queda lejos del centro, obstruido por innumerables urbanizaciones y barrios residenciales. Para acariciar las aguas del Egeo hay que trasladarse hasta el Pireo o Fáliro, que, aunque no están físicamente separadas de Atenas, son poblaciones distintas, como l’Hospitalet de Llobregat y Barcelona. Otro hecho paradójico para quien visita la ciudad por primera vez, teniendo en cuenta el papel que ha tenido siempre el mar en la historia helena.

Para enamorarse de Atenas hay, pues, que transitarla mucho. Acostumbrarse a sus mercados de aves y fruta en plena calle, al furor de las motocicletas, a su mezcla de edificios de los años 70 y palmeras, que permite imaginar la época en que esta ciudad era un seguro punto de paso entre Europa y los campos de entrenamiento de Oriente Próximo para las organizaciones armadas, desde los grupos palestinos a la RAF alemana, las Brigadas Rojas italianas y el PKK kurdo.

Un acto de reconciliación puede ser observar un atardecer desde el Aréopago, donde según la mitología fue juzgado Orestes por el asesinato de su madre, Clitemnestra, y el amante de esta, Egisto. Aquí los jóvenes se reúnen, armados con latas de cerveza, para ligar y ver cómo el añil se apodera del cielo vespertino sobre una miríada de terrados blancos que ocupan todo el espacio que abarca la vista.

Llenas a todas horas, las terrazas de los cafés, esas modernas ágoras, son el otro pilar del alma ateniense. «Los turistas alemanes ven esto y luego no quieren darnos ayudas para salir de la crisis», bromea el periodista Pandelis Gonos. Sin embargo, el tópico de los griegos vagos es solo una ilusión. Según Eurostat, los griegos trabajan 42 horas por semana, más que nadie en la UE y también que los alemanes (40,8).

«Pase lo que pase, esto no nos lo podrán quitar». La frase de Gonos evoca el grito de guerra de un William Wallace heleno: «Podrán quitarnos los sueldos y las pensiones… lo que jamás podrán arrebatarnos es el modo de vida mediterráneo».

(Artículos aparecidos en el blog Noticiasdesde:Turquía y en El Periódico de Catalunya)

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