Cultura y sociedad

La tristeza que trajeron de Anatolia

«Hijos de siglos de cultura Anatolia, con sus especias orientales que no cuadraban en la moderna Grecia bajo influencia británica y pobres de necesidad, los griegos expulsados de Turquía apenas encontraron lugar en un país destrozado por la guerra y los enfrentamientos políticos y hubieron de instalarse en barrios de chabolas o en lugares como el puerto del Pireo entre golfos, prostitutas y fumaderos de hachís»

Andrés Mourenza (Atenas)

Iskender kebab, kebab de Urfa, kebab de Adana… los platos del menú de aquel restaurante de la calle Themistokleus, en el centro de Atenas, son exactamente los mismos que se pueden encontrar en cualquier lugar de Turquía. Sí, es cierto que la gastronomía griega y la turca son similares, pero, en este caso, todo, hasta los nombres, coincide. Se trata de la politiki kuzina o cocina de la Ciudad, es decir, Constantinopla, como aún se sigue llamando en griego la moderna Estambul; una cultura culinaria que, con todos sus sabores, sus especias y su añoranza, transportaron a Grecia junto a sus bártulos de refugiados los cientos de miles de griegos expulsados de Turquía.
En 1923, al finalizar la guerra entre Turquía y Grecia (1919-1922), los gobiernos de Ankara y Atenas se reunieron para firmar la paz en Lausana. Fridtjof Nansen, un diplomático y explorador noruego cuyos esfuerzos por la liberación de los últimos prisioneros de la primera guerra mundial le valieron el Premio Nobel de la Paz, propuso solventar las disputas entre Grecia y Turquía intercambiando las minorías religiosas de ambos países. El plan suponía una limpieza étnica en toda regla, pero ni las grandes potencias ni los gobiernos implicados se opusieron. Sin tener en cuenta su voluntad, 500.000 musulmanes de Grecia, muchos de ellos turcos, fueron enviados a la nueva República de Turquía y un millón y medio de cristianos ortodoxos que vivían en Turquía, en su mayoría griegos, fueron expulsados a Grecia.
«Si habías perdido tu propiedad en Anatolia, el Gobierno griego te daba algo, si no tenías nada, como mis padres, el Gobierno no te ayudaba. El sufrimiento fue terrible», explica a la prensa Costas Markopulos, un descendiente del intercambio. Hijos de siglos de cultura Anatolia, con sus especias orientales que no cuadraban en la moderna Grecia bajo influencia británica y pobres de necesidad, los griegos expulsados de Turquía apenas encontraron lugar en un país destrozado por la guerra y los enfrentamientos políticos y hubieron de instalarse en barrios de chabolas o en lugares como el puerto del Pireo entre golfos, prostitutas y fumaderos de hachís, otra costumbre traída de tierras otomanas, donde esta droga no era mal vista.
Y allá, como el blues estadounidense o el tango argentino, floreció una de las músicas tradicionales más bellas de Grecia: el rebetiko, de ritmo electrizante y agridulce, de métrica otomana, suspiros turcos y letras griegas de bajos fondos. «Y por mi ansiedad, fumo cocaína ¡Ay, maldita seas, cocaína! ¡Me estás matando!», dice una de sus piezas más conocidas. Como los personajes de la película grecoturca Un toque de canela (2003) -cuyo título original es precisamente Politikí Kuzina- los griegos expulsados de Turquía han permanecido durante décadas en medio de sentimientos encontrados: las riñas políticas entre ambos países y la nostalgia de su antiguo hogar.
Una anciana señora griega guarda la oficina de la prensa extranjera de Atenas. En su cuello, en lugar de la cruz que suelen portar los griegos, luce un tugra de plata, la insignia del sultán otomano. «Hösgeldiniz«, me da la bienvenida en turco. Cuando habla esa lengua, en sus ojos brilla una extraña añoranza.

(Artículo aparecido en El Periódico de Catalunya en enero de 2009)

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Esmirna-Salónica: dos ciudades unidas por el mismo pasado arrebatado

«Esmirna y Salónica intentaron hermanarse durante el año 2006, pero el proyecto fracasó víctima de los nacionalismos de cada bando. En realidad, lo que deberían declararse las dos es ciudades hermanastras, pues ambas son hijas no reconocidas de una misma tragedia»

Andrés Mourenza (Esmirna – Salónica)

Es media tarde y un sol cálido, primaveral, baña el paseo marítimo. Las parejas se abrazan y se besan; jóvenes ociosos comen pipas de girasol escondidos tras grandes gafas de sol; un grupo debate en lo que parece una reunión política, todos sentados en el césped.
Hay quienes dicen, sin razón, que Estambul es la ciudad más moderna de Turquía. Eso es porque no conocen Esmirna. Aquí las costumbres son más relajadas que en el interior de Anatolia, más modernas, çagdas (contemporáneas), como les gusta decir a los kemalistas, para los que Esmirna sigue siendo su bastión.
De hecho, Esmirna guarda un parecido más que razonable con otra ciudad que se extiende al otro lado del mar Egeo, la griega Salónica. No solo es la luz de ambas, blanquecina, mediterránea; o su situación en bahías protegidas que las han convertido en unos de los puertos comerciales más importantes de la zona; o sus anchos bulevares, modernos edificios y actividad pujantes. No es solo eso: es la percepción de algo oculto, de un pasado arrebatado.
En 1913, el 40% de los poco más de 150.000 habitantes de Salónica eran judíos, otro 30% eran turcos y solo el 25 % eran griegos. Durante esa misma época, en Esmirna vivían un cuarto de millón de personas, la mayoría griegos, aunque contaba con una importante presencia de turcos, judíos, levantinos y armenios. Pero eso fue antes de la guerra greco-turca.
En la primavera de 1919, cuando el imperio otomano era ya solo una sombra, el Ejército de Grecia desembarcó en Esmirna con el objetivo de invadir todo el territorio turco donde aún habitaban griegos. Los helenos fueron derrotados y la comunidad griega de Esmirna hubo de escapar de la ciudad en llamas. Se cuenta que algunos, llevados por el terror, se echaron al mar desde el puerto para alcanzar a nado las islas griegas. Finalmente, los gobiernos de Turquía y Grecia decidieron saldar las cuentas intercambiando sus respectivas minorías.
Pero todo esto no se explica en los folletos turísticos. Ni los de Esmirna hablan sobre el pasado griego, ni los de Salónica sobre el turco, como si el tiempo hubiese borrado sus historias. Los monumentos históricos se esconden entre edificios nuevos, amplias plazas y jardines y son difíciles de rastrear. Están salpicados aquí y allá, no en esa superposición abrumadora de culturas de otras ciudades de Turquía y Grecia. Como si la historia hubiese que aplicarla con cuentagotas.
Esmirna y Salónica intentaron hermanarse durante el año 2006, pero el proyecto fracasó víctima de los nacionalismos de cada bando. En realidad, lo que deberían declararse las dos es ciudades hermanastras, pues ambas son hijas no reconocidas de una misma tragedia.
Y, sin embargo, a pesar del triste pasado que portan sobre sus espaldas, ambas son ciudades alegres, jóvenes y vitalistas. Quizás el motivo es que ya no queda nadie para recordar lo que pasó y el olvido vuelve a revelarse –como muchas veces se ha demostrado antes– como una de las medicinas más reconfortantes.
(Artículo aparecido en El Periódico de Catalunya en mayo de 2009)

2 respuestas a Cultura y sociedad

  1. Arzú Obay dijo:

    Merhaba,
    Bu harika yazı için teşekkürler.
    ‘Noticias desde: Turquia’ bloğunuzu takip etmeye çalışıyordum ama Ocak ayından beri yeni bir yazınız yok. Sanırım artık haberler Yunanistan’dan gelecek.. 🙂

    İzmir’den selamlar

  2. Merhaba Arzu
    Evet, öyledir, artik Yunanistan’dayim ver burdan yaziyorum.
    Diger blogu takip ettigin için tesekkürler, ve bunu da takip edibilirsin 🙂

    Atina’dan selamlar

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